Con ella aún no hemos prendido el infinito como tal dentro de esta práctica, aunque por la cantidad de tiempo y "vida" que compartimos, yo veo que le echamos leña casi cada día.
Sé que su llegada a Europa supuso para ella muchos cambios. Uno de tantos, el conocer la copa de luna y comenzar a usarla.
Por cerca que estemos siempre tengo la sensación de que nunca podré llegar saber lo que le resuena a ella con esta frase: "poner la vida en el centro".
Para las dos es grande, de eso no hay duda. Pero mi cotidiano nunca ha estado expuesto aún a un país en guerra, ni mi motor ha sido desarrollar una práctica profesional, en este caso la urbanística, con refugiad*s polític*s palestin*s.
A mí esta frase me atraviesa de vez en cuando como la danza de la serpiente en la que me veo sumergida cada ciclo.
¿Quiénes se creen l*s que norman para decidir por mí dónde está o no la vida, lo vivo?
Si ni quiquiera son capaces de escuchar ahí fuera su latido.
¿Cómo pueden reducir la cuestión a que sea en mi útero si a mí me niegan desde una multiplicidad de líneas la potestad sobre "mi vida"?
¿Cómo se atreven a retar y despreciar nuestra inteligencia, poniendo en juego nuestras vidas por su orden y beneficio?
Y todo esto sacando provecho, eso sí, de los saberes comunes y ancestrales, robándolos, apropiándoselos, restringiéndolos, modificándolos, privatizándolos, transformándolos en términos de pura economía, mientras le pasan por encima a la tierra que nos sustenta desde hace milenios, a sus ritmos, procesos, a sus semillas, y a los sujetos que sostienen la vida.
Pues que detengan, en ese caso, a todo aquel sujeto heterosexual masculino que ose a hacerse una paja, es decir, a correrse fuera de una vagina.
Ella es la primera persa con la que intimo. Esto es lo más cerca que he conseguido estar por ahora de las Mil y una noches de Scheherezade.
Su sensibilidad y cristalino ven otras formas y colores a los que yo sólo llego a través de observarla, y sentirla.
Es la persona con menos prejuicios que hasta ahora he conocido.